miércoles, 5 de diciembre de 2012

Gentrificación sin expulsión, o la ciudad latinoamericana en una encrucijada histórica


Periferias Interiores
revista_180 | #24 | arquitectura_arte_diseño
Índice

http://www.revista180.udp.cl/ediciones/24/gentrificacion_24.htm

Resumen_
La colonización de áreas residenciales internas de las ciudades por ocupantes de mayor nivel social o gentrification, está emergiendo en las ciudades de América Latina con trazos inéditos. En lugar de verificarse en las áreas centrales, como en Europa y los Estados Unidos, la gentrificación latinoamericana se despliega en la periferia urbana y otras áreas de cada ciudad; y a diferencia de la experiencia europea y estadounidense, no conlleva necesariamente el desplazamiento o expulsión de los residentes antiguos de las áreas afectadas. Después de discutir y redefinir el concepto de gentrificación y hacerlo relevante para la realidad latinoamericana, se escudriña en sus variantes empíricas con base en el caso de Santiago de Chile, de paso constatando que la expulsión de residentes no es ineluctable, para finalmente ofrecer algunas reflexiones sobre sus implicancias prácticas o de política pública.

palabras claves_ gentrificación | segregación residencial promoción inmobiliaria | ciudad latinoamericana

*Este artículo se basa en el estudio realizado entre 2005 y 2008 por un equipo de investigadores de la Pontificia Universidad Católica de Chile, PUC, denominado Barrios en crisis y barrios exitosos producidos por la Política de Vivienda Social en Chile, del Programa Bicentenario en Ciencia y Tecnología Anillos de investigación en Ciencias Sociales de la Comisión Nacional de Ciencia y Tecnología, CONICYT, con financiamiento del Banco Mundial. El artículo es un adelanto abreviado de un capítulo que formará parte del libro de próxima publicación de Sabatini, F. et al. (Eds), ¿Cuán segregadas son las ciudades chilenas? Entre la integración y la exclusión social. Santiago: INE-PUC.

Se está instalando y además, floreciendo, un nuevo tipo de negocio inmobiliario que promete ser acicate de una transformación radical de las ciudades contemporáneas: la gentrificación (gentrification, en su acepción inglesa original acuñada por la socióloga Ruth Glass, 1964).

La ciudad latinoamericana está siendo testigo de una modalidad peculiar de este proceso que exhibe ribetes sociales y urbanos claramente positivos y no tan solo negativos, como los que cruzan la experiencia de los países desarrollados: la gentrificación sin expulsión.

Como fuerza de transformación de la estructura interna de las ciudades y de sus patrones de segregación residencial, la gentrificación puede asumir modalidades bien distintas. Mientras que en los Estados Unidos las ‘minorías’ raciales y de pobres están siendo actualmente expulsadas desde las áreas centrales de las ciudades por el capital inmobiliario, resultando en un retroceso significativo de la típica aglomeración espacial de esos grupos, en las ciudades de América Latina secciones cada vez más numerosas de la periferia popular son invadidas por proyectos residenciales y comerciales dirigidos a los tramos más altos de la demanda.

Las formas que adopta la gentrificación en América Latina, las que en rigor incluyen la invasión de áreas internas y no sólo periféricas, desafían las nociones comunes sobre gentrificación emanadas de la realidad de los países centrales. Nuestros procesos de gentrificación se vinculan pero, a la vez, se diferencian de los procesos y tendencias que se registran en ciudades de países desarrollados, peculiaridades que obedecen a las fuerzas y actores específicos que están transformando el patrón tradicional de segregación de la ciudad latinoamericana. Ofrecemos a continuación estos argumentos y los complementamos con antecedentes empíricos de Santiago, Chile, y con la conclusión de que la gentrificación latinoamericana, fuera de novedosa, es un hecho significativo para la construcción de ciudades socialmente más integradas.
Resulta crítico tomar conciencia y ganar conocimiento de este proceso peculiar antes de que la marcha desregulada de los mercados de suelo urbano –mercados imperfectos, lejos de la autorregulación con que sueñan los economistas liberales– termine por abortar las posibilidades de integración social urbana que el nuevo proceso conlleva. La gentrificación latinoamericana se muestra, al menos en sus etapas iniciales, como un fenómeno abierto, como un campo de maniobra para políticas urbanas animadas por propósitos de integración social.

Un concepto en disputa y remodelación.

Condominios cerrados y shoppings dirigidos a usuarios de ingresos medios y altos se están instalando en sectores de la periferia urbana de bajos ingresos. Esta invasión, que se está volviendo común en las ciudades de América Latina, especialmente en las de mayor tamaño, no parece estar dando lugar a la temida expulsión de los residentes de menor condición social relativa.

¿Podemos llamar a este fenómeno gentrificación? A primera vista, la respuesta sería negativa. Las áreas invadidas no son céntricas como en Europa y los Estados Unidos, y no se registra con claridad la expulsión de los residentes de condición popular. Los proyectos invasores suelen ocupar sitios baldíos en la periferia o en zonas no centrales de cada ciudad. De hecho, la definición que ofreció Ruth Glass de la gentrificación –cuando inventó el término para describir la invasión por clases medias y altas de viejos barrios céntricos de Londres formados por casas victorianas– hacía foco en el desplazamiento de los residentes de bajos ingresos que habían ‘tugurizado’ esas viviendas (Glass, 1964).

La invasión y control de un barrio por actividades y hogares de mayor estatus es acompañada por el desplazamiento de los residentes antiguos. Los inmuebles deteriorados deben ser desocupados, para ser remodelados y habitados por gentes de mayor categoría social. Invasión y expulsión parecen dos caras de la misma moneda. Ruth Glass habla de gentrificación –que viene de gentry, o clase alta de la Inglaterra victoriana, queriendo decir elitización del área–, pero cuando describe el fenómeno enfatiza la expulsión de los residentes antiguos.

En efecto, la resistencia a hablar de gentrificación para describir nuestros procesos latinoamericanos de invasión inmobiliaria –resistencia que hemos enfrentado innumerables veces en seminarios, diálogos académicos y salas de clase– se funda en el hecho de que no haya claramente expulsión. La erradicación de los antiguos residentes de los barrios invadidos se fue volviendo un sinónimo de gentrificación.

Sin embargo, los sociólogos de la Escuela de Chicago construyeron su enfoque de ecología humana separando analíticamente los procesos de invasión y sucesión, y eran los mercados de suelo los que organizaban la convergencia práctica de ambos. Había otros procesos concurrentes, también considerados como naturales por estos estudiosos; entre ellos, destaca el de dominación. Al crecer las expectativas de que el barrio invadido sería luego controlado por los invasores, reemplazando a los actuales ocupantes por otros más ricos, los precios del suelo escalaban. En efecto, la formación de los precios del suelo, dadas las peculiaridades del bien, tiene un ineludible componente especulativo. Así, el alza de los precios de los inmuebles empujaba a los antiguos residentes y usuarios fuera del área.

Tal vez nunca en la historia del urbanismo se ha dispuesto de un cuerpo teórico como la ecología humana que vincule tan directa y claramente los fenómenos sociológicos y culturales –incluso micro-sociales– con las fuerzas económicas que componen el desarrollo de las ciudades. Los de invasión y sucesión eran procesos concretos, bien caracterizados, conectados, pero, sin embargo, diferentes. Entonces, ¿por qué no reintroducir esa distinción analítica con el fin comprender mejor lo que está sucediendo en las ciudades latinoamericanas? La expulsión no formaría parte de la esencia de la gentrificación, aunque aquélla tenga alta probabilidad de ocurrir, e incluso si los mercados de suelo instalan en las áreas invadidas lo que podríamos calificar como fuerza estructural de expulsión. El hecho de que invasión y sucesión no siempre se sucedan, como muestra la ciudad latinoamericana, avala la precisión teórica que estamos haciendo.

Por otra parte, el carácter céntrico o central de la gentrificación tampoco parece ser uno de sus rasgos definitorios. De hecho, como lo describe Neil Smith (1996), para las ciudades de la Europa continental la gentrificación suele ocurrir en barrios no centrales. La concentración de los grupos vulnerables y discriminados en las áreas centrales –algo propio del patrón anglo-americano de la ciudad del suburbio, pero no del patrón urbano europeo continental–, fue lo que muy probablemente otorgó ese sello céntrico a la gentrificación.

Sin embargo, si la gentrificación tiene en la literatura esos atributos de centralidad y expulsión, ¿por qué no usar otro término para abordar la realidad latinoamericana? Creemos que es mejor mantener el vocablo porque reconocemos una continuidad en lo que parece ser lo esencial del fenómeno de la gentrificación, por encima de variantes culturales y geográficas.

¿Cuáles son esas persistencias más esenciales que darían forma a la gentrificación?

Reconocemos dos rasgos universales:

La invasión de una zona o área interna de la ciudad por grupos con mayor capacidad de pago por el suelo que los antiguos residentes, lo que se sigue de una tendencia a que el área sea controlada por los que llegan; y 
La elevación generalizada de los precios del suelo en la zona, como efecto estructural afincado en los rasgos inherentes de los mercados de suelo, específicamente en la formación por expectativas de los precios del suelo.1

Al mantener el término gentrificación, podemos recurrir a la comparación geográfica e histórica para entender mejor nuestros procesos latinoamericanos. De hecho, los estudios más recientes enumeran una serie de nuevas variantes de la gentrificación en las ciudades del capitalismo central. Lees et.al. (2008) destaca la gentrificación rural, la gentrificación con nueva edificación y la súper-gentrificación. La primera consiste en el asentamiento de clases medias en áreas rurales habitadas por grupos de bajos ingresos; la segunda, en gentrificación que incluye la construcción de nuevos alojamientos y no solo la rehabilitación de antiguas residencias; y una tercera variante corresponde a nuevas olas de gentrificación en zonas antes gentrificadas, ahora con fuertes inversiones de capital y masivas transformaciones del tejido urbano. Los autores mencionan, además, otras formas emergentes de gentrificación, como la gentrificación comercial, entendida como la remodelación de antiguas áreas comerciales.

En este contexto, la invasión de sectores de la periferia urbana donde se han aglomerado las clases populares –ya sea por parte de clases medias y altas con la construcción de nuevos complejos residenciales, sin necesariamente desplazar a antiguos residentes, o bien, por parte de proyectos de nuevos espacios comerciales y de oficinas que buscan organizar extensas áreas de mercado, sirviéndose de las nuevas carreteras urbanas– representa una forma distinta de gentrificación. Hay, por lo tanto, especificidades latinoamericanas en la gentrificación, aunque estos procesos presenten las dos constantes antes mencionadas, que los hermanan con los que tienen lugar en otras latitudes: por una parte, la invasión y elitización del espacio y, por otra, la elevación generalizada de los precios del suelo.

Pero hay más en términos de las especificidades latinoamericanas de la gentrificación. No sólo es que los gentrificadores dispongan de terrenos eriazos por tratarse de los bordes de la ciudad, haciendo evitable la sucesión, sino que además está el hecho de que enfrentan formas de tenencia del suelo que entraban dicha sucesión. La vivienda de los grupos populares raramente está ocupada en régimen de arrendamiento regular o legal, como en Europa y los Estados Unidos. Es de propiedad privada con titulación al día, como en el caso de los complejos de vivienda social que dominan el paisaje de las ciudades chilenas, o bien, los suelos están ocupados ilegalmente, ya sea por invasiones de tierras o a través de loteos ilegales, como es lo predominante en la gran mayoría de las ciudades de América Latina.

Como decíamos, estas formas peculiares de tenencia del suelo por parte de los grupos urbanos populares –la propiedad privada y la informalidad– contrastan con el predominio del arrendamiento entre las clases bajas europeas y estadounidenses. El desplazamiento de un número grande de familias propietarias o informales, como para liberar paños de suelo para construir proyectos gentrificadores, es mucho más difícil e improbable que cuando se trata de residentes arrendatarios. Basta una familia que se niega a vender o a ser erradicada, para que la sucesión se dificulte. En cambio, la gentrificación que está teniendo lugar hoy en las áreas centrales de numerosas ciudades de los Estados Unidos, se basa en el masivo desplazamiento de arrendatarios de vivienda pública y la demolición de estos complejos, incluidos algunos de los más famosos guetos raciales, como la mítica Cabrini Greene.

Es cierto que la elevación generalizada de los precios del suelo instala en el área gentrificada una fuerza estructural y permanente de expulsión de residentes pobres que no son capaces de absorber los nuevos valores de la tierra. Pero también es cierto que la propiedad privada o irregular del suelo, combinada con la disponibilidad de terrenos baldíos y con una significativa apertura cultural y sociológica a la mezcla social en el espacio –hemos argumentado en otra parte sobre las posibilidades culturales y sociológicas de mezcla social en el espacio que ofrecen las ciudades latinoamericanas–, crean en éstas la posibilidad de que la expulsión se pueda resistir o evitar.

En suma, la expulsión de residentes pobres es un subproducto de la gentrificación menos probable y más evitable en la ciudad latinoamericana que en ciudades del mundo desarrollado. Entre las principales razones figuran su localización en la periferia urbana, donde hay más terrenos disponibles, y el régimen de tenencia del suelo, ya sea formas irregulares de tenencia o la propiedad privada de las viviendas, a veces en complejos habitacionales en alta densidad que agrega dificultad a la posibilidad de enajenación del suelo para proyectos impulsados por promotores gentrificadores.

De hecho, entre las nuevas modalidades de gentrificación en ciudades de países centrales, figura la gentrificación rural antes comentada, que se sigue “del desplazamiento de residentes rurales de clases trabajadoras a través de alzas en los precios de la vivienda” (Lees et.al., 2008:135). Es distinto que la expulsión sea efecto de la desocupación y remodelación de antiguas viviendas que ahora se entregan a personas de condición social superior, que cuando es efecto de la presión de los precios en alza de los inmuebles. En este segundo caso –argüimos–, no corresponde considerar a la sucesión como dimensión componente de la gentrificación. Es un efecto probable, pero nada sencillo de concretar. Por lo mismo, podría resistirse e incluso neutralizarse a través de medidas y políticas específicas.

De esta forma, la aproximación espacial entre grupos sociales que comporta la gentrificación –esto es, la invasión de barrios populares por personas de clases medias y altas– es una forma objetiva de reducción de la segregación residencial. No sólo se aproximan las residencias de las distintas clases, sino que los barrios populares y su entorno ven mejorar sus condiciones de accesibilidad a la ciudad, sus equipamientos comerciales, de oficinas y servicios públicos, y lo mismo las dotaciones materiales urbanas, dado el incremento de la base tributaria de los respectivos municipios.

Fuerzas detrás de la gentrificación latinoamericana_
¿Por qué la gentrificación se estaría generalizando en las ciudades latinoamericanas, contribuyendo a una profunda transformación de su estructura interna? La hipótesis de que asistimos a los prolegómenos de procesos masivos de gentrificación, especialmente en la periferia urbana popular, y de que esa gentrificación residencial es complementada con proyectos comerciales y de oficinas de alto estándar, la fundamentamos en reconocer la influencia de los siguientes factores causales y de contexto:

a. Las ingentes rentas de la tierra que los promotores inmobiliarios capitalizan, reconvirtiendo terrenos de vocación residencial popular –y consiguiente precio obrero– en terrenos de implantación de condominios residenciales para clases medias y altas. De hecho, según datos de ACOP (Asociación de Corredores de Propiedades, en Chile), los municipios que registran las mayores tasas de incremento de los precios del suelo en la ciudad de Santiago, en los últimos diez a quince años, son los periféricos populares.

b. La liberalización de los mercados de suelo, la concentración del capital inmobiliario y la aparición en escena de mega-proyectos privados residenciales, comerciales y de oficinas, se cuentan entre los factores que sostienen la gentrificación.

c. La construcción de autopistas y otras infraestructuras urbanas de redes de escala regional homogeneizan las condiciones de accesibilidad al conjunto del espacio urbano metropolitano, haciendo posible que las clases altas y medias, y los comercios y oficinas de categoría, se dispersen por la ciudad.

De tal forma, la periferia de la ciudad tradicionalmente ocupada por las clases populares en condiciones de homogeneidad social del espacio, ha pasado a ser un verdadero ‘botín económico’ que podrá sostener un largo ciclo de captación de rentas de la tierra por parte de los promotores inmobiliarios, a través del control creciente que éstos ejercen sobre la propiedad y transacciones de tierras.

La gentrificación se avizora como un negocio que tiende a equipararse con el tradicional de conversión rural-urbana de tierras, a través de la expansión legal y urbanística de los límites urbanos. La energía gentrificadora o invasora del capital inmobiliario se equipara a su capacidad ideológica y económica para presionar por una reiterada ampliación de los límites urbanos –ideológica, por fundamentarse en explicaciones neoliberales sobre el crecimiento de los precios del suelo–, que han demostrado su inexactitud cada vez que han informado políticas de liberalización de suelos en distintos países.

La gentrificación latinoamericana, que tenderá a expandirse a nuevas áreas de las ciudades, especialmente por la periferia popular –que es generalizada en términos de usos del suelo (no es sólo residencial, sino también comercial y de servicios) y generalizada en la escala social (no sólo los más ricos son gentrificadores, sino también las clases medias)–, irá transformando el patrón tradicional de segregación de la ciudad latinoamericana. La segregación de gran escala, compuesta básicamente por un cono de alta renta y una vasta periferia homogéneamente popular, irá cediendo terreno a patrones más complejos y que implican menor distancia geográfica entre las clases sociales.

La gentrificación en santiago_ 
Peñalolén es un municipio en proceso de gentrificación. Entre los Censos de 1992 y 2002 registró una significativa variación en su estructura social. Pasó de ser una comuna eminentemente popular, con fuerte predominio de los estratos D y E, a una con una presencia creciente de los grupos ABC1 que, al año 2002, ya alcanzaban la proporción que tienen en la ciudad. Ver Diagrama.

Aunque con una menor presencia relativa de los estratos medios, y tal vez por eso mismo, Peñalolén muestra con claridad los desafíos y las posibilidades de la gentrificación latinoamericana. Los grupos extremos de la estratificación social son ahora vecinos ¿podrán acomodarse bien y en forma estable? ¿significará ello una mengua para los procesos de guetización que anidan hoy por hoy –en tantos barrios de la periferia popular de Santiago– como de la mayoría de las ciudades latinoamericanas?

Es destacable que el ya largo proceso de instalación de grupos medios y altos en Peñalolén no se ha hecho a costa del desplazamiento de la población residente. Unos y otros, recién llegados y vecinos, se han podido acomodar y con ello la segregación residencial, esto es, la distancia física entre las clase sociales, se ha reducido.

Se ha constatado, sin embargo, una importante excepción: los nuevos hogares de extracción popular formados por hijos de residentes antiguos de Peñalolén, tienen dificultades para quedarse en la comuna. El caso de la “Toma de Peñalolén” y la larga lucha de esos vecinos por conseguir una solución habitacional allí, pone de manifiesto las fuerzas de expulsión que la gentrificación ha instalado en esos territorios. Sin embargo, la expulsión no es un resultado inevitable, como ha ocurrido con la gentrificación en las ciudades de países centrales por las razones antes discutidas.

Por otra parte, la mayor proximidad física no ha estado exenta de conflictos y de cierta animadversión entre los distintos grupos, aunque también es de destacar que muchas de las nuevas fronteras entre barrios de distintas condición social que la gentrificación está creando, funcionan bien, integrando más que enfrentando a estos distintos vecinos.2

De esta forma, Peñalolén muestra que es posible una gentrificación sin expulsión, pero –al mismo tiempo– nos alerta sobre la necesidad de entender los procesos en marcha, con el fin de poder diseñar acciones y programas que no aborten las posibilidades que la gentrificación conlleva.

El Cuadro siguiente muestra que la gentrificación es bastante más generalizada de lo que parece. No se circunscribe a Peñalolén y a Huechuraba, y no consiste únicamente en invasiones del grupo ABC1; también los estratos medios invaden comunas y áreas de menor condición social. De esta forma, la ciudad tiende a llenarse de fronteras que conectan y a la vez separan barrios de distintos estratos sociales. Los agoreros del pesimismo –que siempre abundan– dicen que las ciudades se están fragmentando. Pero lo cierto es que esta reducción de escala de la segregación residencial es un fenómeno abierto. Puede ser positiva al hacer posible una mayor (y mejor) interacción social por encima de las diferencias de clase –no es posible aspirar a un genuino “contrato social” a lo Rousseau, esto es, a la cohesión y el orden social, sin que exista “contacto social”, observaron con agudeza Blakely y Snyder (1997)–, pero la segregación de escala reducida también podría abrir paso a conflictos y pérdida de calidad de vida. Lo concreto, en todo caso, es que la gentrificación no incluye necesariamente la expulsión de los residentes antiguos, abriendo posibilidades para actuar en favor de un tejido urbano socialmente más inclusivo y diverso sobre el cual se pueden construir formas de vida social y ciudadana más cohesivas.

Finalmente, el mapa de la página siguiente registra una manifestación de la gentrificación que está ocurriendo en la ciudad de Santiago. En rojo aparecen las manzanas que entre 1992 y 2002 fueron colonizadas por grupos ABC1 y que son colindantes de manzanas y barrios predominantemente populares. A pesar de registrar expresiones específicas del proceso (sólo a cargo de grupos ABC1, sólo ocurridas en ese periodo y sólo las que implican colindancia con estratos populares D y E), queda claro que el proceso está cambiando el patrón de segregación.

Pudimos identificar tres modalidades principales de gentrificación al analizar la dispersión espacial del estrato ABC1 en dicho periodo, que los llevaron a situaciones de frontera con barrios populares: · Colonizaciones de gran escala, periféricas, cerradas y con buena conectividad al sistema urbano, conformadas por ‘hijos del barrio alto’ y mayoritariamente sin efectos expulsores de los antiguos residentes del área (veintiún por ciento estimado del total de hogares gentrificadores);

· Colonizaciones pequeñas, no-periféricas, también cerradas y con buena conectividad (aunque algo menor que las anteriores), integradas por hogares provenientes de procesos de movilidad social fuera del ‘barrio alto’ y con efectos expulsores apreciables (otro veintiún por ciento de los hogares); y
· Colonizaciones de pequeña escala, cerradas, con baja conectividad urbana, no periféricas, con residentes que no provienen del ‘barrio alto’ y con un equilibrio en el efecto de expulsión de hogares populares (diez por ciento de los hogares).

Conclusiones _ 
La gentrificación nos está llevando a una estructura urbana en que la segregación de gran escala, tan característica hasta hace poco de las ciudades latinoamericanas, tiende a ceder terreno. Lo que asoma está aún borrosamente perfilado; posiblemente sea una estructura espacial más cambiante e inestable que la que acostumbrábamos vivir. Lo que estos cambios signifiquen para las políticas urbanas y, específicamente, para la posibilidad de alcanzar mayores niveles de integración social urbana, representan su faceta práctica tal vez más relevante.

Nuestra conjetura es que la gentrificación latinoamericana no implica necesariamente la expulsión de los residentes de menor condición social de las áreas afectadas, como ocurre con la gentrificación que también se expande en las ciudades de países más ricos. Estas formas de colonización social del espacio en el medio urbano latinoamericano, pueden consistir en una gentrificación ‘sin expulsión’.

Sin embargo, no porque la expulsión de residentes de menor condición social no sea un efecto seguro de la gentrificación, debemos pasar por alto que es una amenaza real. De hecho, está teniendo lugar en no pocas colonizaciones. Lo importante es que el desarrollo de nuestras ciudades y su peculiar estructura urbana, hacen que la expulsión sea evitable.

Desde el punto de vista de la conformación social del espacio de la ciudad, los cambios podrían apreciarse como marginales. En Santiago, el ‘barrio alto’ no ha desaparecido ni se ha debilitado, y la mayor parte de los hogares ABC1 que se mudan de municipio, siguen prefiriendo esas comunas como lugar de destino.

Sin embargo, hay municipios de Santiago que están cambiando significativamente su composición social. Son justamente aquellos que están siendo colonizados por las clases medias y altas. En estas comunas la segregación social del espacio e está reduciendo, y con ello, se van aumentando las oportunidades de contacto social por encima de las barreras sociales.

En términos prácticos, la aproximación física entre grupos sociales podría generar conflictos y problemas, lo mismo que oportunidades de integración social (en lo funcional) y de cohesión social, o sentido de identidad y pertenencia al cuerpo social. Por una parte, la elevación de los precios del suelo en las áreas gentrificadas produce temor entre los residentes antiguos, que dudan si con sus menguados ingresos podrán seguir viviendo en un barrio que se vuelve más caro; y, por otra, la llegada de residentes de mayores ingresos abre nuevas posibilidades de acceso a servicios y equipamientos de calidad, lo mismo que oportunidades laborales, fuera de los beneficios más subjetivos de la cohesión social.

El proceso inverso al de gentrificación, el de la penetración por parte de personas de menor condición social en áreas residenciales de mayor categoría, también existe y está, asimismo, contribuyendo a la transformación espacial de la ciudad latinoamericana. Es otra forma de alteración del patrón de segregación que se vincula con los niveles crecientes de vulnerabilidad social que ha traído aparejados la nueva economía. Los grupos vulnerables, compelidos a mejorar su geografía de oportunidad, buscan asentarse en lugares más cercanos a los centros de actividad urbana y los barrios residenciales de las clases superiores. Esta ‘penetración espacial’ aparenta tener más importancia relativa en otras grandes ciudades latinoamericanas que en las chilenas. En Santiago, no parece tan gravitante en el debilitamiento del viejo patrón de segregación como la gentrificación. La razón de que la penetración espacial sea menos importante en las ciudades chilenas sería la gran cobertura de los programas de vivienda social y el menor peso que en la producción de vivienda para estos estratos tienen las ‘tomas’, loteos ilegales y otras alternativas informales de ocupación del suelo.

La palabra la tienen las autoridades para aprovechar estas tendencias de cambio, tanto las de la gentrificación como las de penetración aludidas. Con base en ellas, las autoridades podrían definir políticas de integración social urbana con mejores posibilidades de éxito. Tendrían que reparar en las transformaciones en curso en el patrón de segregación residencial y, específicamente, en su componente de gentrificación ‘sin expulsión’, así como tomar en cuenta que las movilizaciones populares urbanas están sustiyendo el eje del derecho a la ‘casa propia’ de décadas atrás, por el del derecho a la ciudad. La localización intra-urbana se está volviendo cada vez más importante para los hogares de los estratos populares.

> aclaraciones del autor
1. Aunque no es del caso argumentar aquí sobre la influencia de la especulación y las expectativas en la formación de los precios del suelo en las ciudades, podemos sintetizar así esa relación: la dominación esperada del área por parte de los invasores, revoluciona las expectativas de los propietarios y empuja los precios de oferta hacia arriba. La relación entre uso que determina el precio que rige a este bien natural, se subvierte en una relación de precio (de expectativa) que determina el uso, excluyendo a los que no pueden pagar esos mayores valores.
2. Ver Tapia (2008). Rodrigo Tapia Vera-Cruz es Magíster en Desarrollo Urbano (2007) por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

> referencias bibliográficas
1. Blakely, E. y M. Snyder. 1997. Fortress America. Gated Communities in the United States. Washington, DC: Brookings Institution Press-Lincoln Institute of Land Policy.
2. Glass, Ruth. 1964. London: Aspects of Change. Londres: Centre for Urban Studies - Mac Gibbon & Kee.
3. Jargowsky, Paul. 1997. Poverty and Place; Ghettos, Barrios, and the American City. Nueva York: Rassell Sage Foundation.
4. Lees, Loretta; Slater, Toim; Wyly, Elvin. 2008. Gentrification. Nueva York: Routledge.
5. Smith, Neil. 1996. The New Urban Frontier; Gentrification and the Revanchist City. Londres y Nueva York: Routledge.
6. Tapia Vera-Cruz, Rodrigo. 2008. Caracterización y relevancia de los aspectos físicos-espaciales de la segregación residencial en Santiago de Chile: fronteras entre conjuntos residenciales socialmente disímiles en la comuna de Peñalolén 2005”. Tesis para optar al grado de Magíster en Desarrollo Urbano de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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